6.12.2006

"Debes escribir no sólo para destruir, no sólo para conservar, para no transmitir, escribe bajo la atracción de lo real imposible, aquella parte de desastre en que zozobra, a salvo e intacta, toda realidad."

- La escritura del desastre, Maurice Blanchot.

6.09.2006

Conspiración

1. Conspirar es una cuestión del tiempo: antes es siempre todavía, después es nunca aún. Conspirando –un gerundio horadado de participio, proyectil que estrella su telos sobre un fondo virtual de progresión –una desemantización sedada.

2. Eso que sucede debe suceder salvajemente: conspiración salvaje, como una respiración acribillada, como una expiración suicida, como una inspiración borrada. Una conspiración es siempre reactiva o prospectiva, según de que lado del silencio caiga, y si arrastra consigo los rastros de su secreto, o consigue exhumarse y con ella lo atroz de su invisible multiplicación (Borges).

3. Hacia qué señala la conspiración, en última instancia, es el gran dilema de Schopenhauer, por decir de todo lo demás, del resto irrestituible sobre ningún claro. Si opera ya desde aquello que la estalla, o aquello que pretende anular, o aquello contra lo que pretende secretamente implosionarse –eso es lo que estratégicamente recoge como su propia trama el propósito de cualquier conspiración. La conspiración está pues implicada en toda resolución, en todos los rastros, detrás de todos los binomios, de todas las asociaciones, las figuras retóricas, las pulsiones sociales, la oscuridad, la claridad, esos vectores y no otros, esos pasajes, esos cuerpos trazados y ya abortados.

4. En el secreto estructural de tal engranaje no reside propiamente su ontología. Ella se sustrae de aquello que la convoca, de eso que la despliega, y de lo que está replegada por ella en su subversión deslizante. Es el fondo progenitor sin génesis, el asesinato ilegítimo de sus orificios, la producción total falseada por su misma abducción. Quienes conspiramos estamos excritos por la conspiración, la única o ninguna, la que es doblemente cruel, y sólo teatral, representacional, actual. En la red de cristal que la extrangula, la realidad toma su forma.

5. Los copépodos y el plancton, las iguanas y el camuflaje, estas palabras insertas en el horizonte final de un extrangulamiento. La realidad conspira para cometer el asesinato que, de otro modo, podría ser real.

X. Una habitación en la que sólo hay una silla vacía. Al entrar se advierte demasiado bien la trampa, su obscena obviedad resulta insufrible: las sillas, las ventanas, los vasos, las paredes, todo es insoportable, hediondo, maligno. Para facilitar la ilustración habrá que advertir que la silla se subdivide a su vez en respaldo, asiento y patas. Toda la originalidad en el diseño no podría ocultar esto. No lo suficiente. Las patas no podrían estar de ningún modo en el lugar del respaldo ni éste en el lugar de las patas. Podrían no estar, las patas o el asiento o el respaldo de la silla, pero de algún modo insidioso estarían, estarían señaladas ahí donde no están. Están mucho más así, incomparablemente más.

Todo eso, tales exigencias, y aquellas que se adivinan tras estas, serían enervantes ya de entrada, pero se trata sólo del primer paso de la trampa, de la gran aberración intolerable. Esta silla diría más o menos así: “yo me divido para acogerte, te sirvo como todas las cosas de aquí, estoy vacía, sólo tu cuerpo me da sentido, tú me nombras, te amo”. De este modo aparentemente ingenuo resulta que la silla admite una única contradicción, admitiendo que lo sea, y se opone a la contradicción como totalidad, cosa que no debemos consentir, cosa a la que nos debemos oponer con todos los medios a nuestro alcance.

La guerra de las sillas por tanto no es una parte menor de la guerra. Es necesario sin embargo pensar con suficiente profundidad la guerra que dé un sentido nuevo a las cosas, una nueva forma imposible, hasta el final.

(Texto excrito en colaboración con Cristian Camara, de próxima publicación en la revista de poesía Silencios)

¿Dónde?

"Ellos, los muertos, nos miran con sus ojos ahondados,
con su encedido corazón, y un desconcierto de ninos,
un sobresalto desolado nos toca,

una tristeza oculta.
¿Dónde?
¿Dónde dejamos ese espacio?
Y en sus ojos precisos y extrañados miramos
esa misma pregunta.
¿Dónde? ¿Dónde dejamos,
dónde dejamos ese espacio?"

-Coral Bracho, Ese espacio, ese jardín.

(Después de releer este libro, pienso que el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, y poemas de Santa Teresa de Jesus tales como el "muero porque no muero" trabajan con una concepción platónico-cristiana de la vida, que la niega y la desprecia, y con la cual me siento totalmente en desacuerdo. Coral Bracho consigue que el contacto estremecedor de lo sagrado con lo real nos resulte natural, comprensible, siempre presente y habitable. También la muerte, aunque se le sustantivice, deviene corazón, pálpito sin extrañeza, entornado fogonazo de pura realización, sólo hogar añadido al hogar. "¿Dónde dejamos ese espacio?" hay que preguntarlo profundamente al interior del ser, hoy en día, y cada hoy en día, si queremos vivir el drama de la realidad con los ojos abiertos, con los nervios erizados, y no en su desvío espectral, virtualizado, diferido, preconizado. Esa pregunta resuena al interior del tiempo, y le recupera para cada uno de nosotros, y para el trazo de nuestra propia geografía, de nuestro paisaje emocional. ¿Dónde? ¿Por qué ahora ese dónde peligra, por qué está siendo acechado, qué busca aniquilarlo?)