3.31.2007

Luciérnagas

(De un relato que escribí hace tiempo...)

"En esa habitación buscaba el hechizo, el recuerdo. Dispersas anatomías de tu fantasía corporal, dispersas luces que se dispararan contra el cielo. Tu recorrido era un golpe asestado a glándulas de seda, interiores, húmedas, como la habitación de tus ojos. Nada había que sustentara la magnitud invisible de tu presencia previa, que precede a los sonidos de la noche, que precede al augurio de los viajes. Había hallado en ciertos crepúsculos oníricos razones inmediatas para proseguir la imperial invocación de tu amanecer, de los terrenales encuentros en viajes a través del hipotálamo, en carreteras lluviosas, nebulosas, en horizontes plenos de quietud y equilibrio. Y así, en ese discreto encanto de abandono, narraba nuestro viaje. De fábula cósmica, de sagaz lucha contra la invasión de leyes sumisas. No. Detrás de nosotros, precediéndonos, estaba el murmullo de las fuerzas del desorden, de la creación perpetua.

...

Y penetré entonces en un mundo subnarcótico, visual, atento a todos los incontables rincones de la espera. Caminé, muchísimo, con la conciencia dislocándose, abriéndose a un parecer ilimitado de tus posibilidades. Primero las horas se sumieron en un letargo y anularon los detalles nimios, minúsculos. La gente innecesaria (es decir, la gente que no conducía a ti) desapareció. Pero despertaron otras de sus sombras. Había ninfas, por todos lados, con silencios de sirenas (y yo de viaje, maldita sea). Así que tuve que ser agudo y destriparlas. El valle donde tú te encontrabas, reducido hasta donde el ruido y la música desaparecían, me resultaba cada vez más blanco. Las cosas estaban disolviéndose. Y así podía verte atravesar, a veces, de un lado a otro, lugares por donde dejabas estelas de susurros y parpadeos.

...

Aún así, tu búsqueda me seguía resultando imposible. En este valle, desplegándose casi blanco por doquier.
El tiempo, derretido, sólo esperaba tu amanecer. Solitario, entre campos de siluetas traslúcidas, podía mirarte a lo lejos. Tal vez regresarías por otros rumbos hacia mí. Así que en este centro laberinto de perpetuas babas nebulosas, blancas, no podía acercarme. Y tú aunque apareces, Luci, de vez en cuando con tu sonrisa verde y tu linterna, no me puedes ver. Adelgazado, opaco, como un vapor.
Aquel primer grupo que encontré a la entrada se me acercó de nuevo. Ellos me habían visto destripar la realidad, pieza por pieza, ley por ley. Me vieron cuando me acerqué a las flores y las despedacé, cesándolas. Me vieron también cuando borraba con gomas blancas el espeso rocío del valle. Me vieron, quietos, densos, fumando. Yo seguí suprimiendo todo lo que no permitiera una visión imperturbable del horizonte, ahora absoluto en su espectral nitor. Sí. Detrás de mí, precediéndome, habían estado ellos."