1.20.2007

Carta a J.P., enero de 2006

RUN RUN SE FUE

Lleva contigo una piedra que te haga centro. A mí arrójame en puñados de palabras histéricas, en aullidos prófugos persiguiéndose sobre el silencio de la tierra, hacia el valle de la desesperanza que tensa la espina del hombre y el sepulcro del lenguaje. Saluda de mi parte a quien ya conoce mi muerte y me olvida en la nada. Nárrame tu viaje tan vivo y descarnado como puedas, porque quiero que sepas que viajas por dos: unos ojos se aniquilan en los bordes de luz, pero otros ojos tuyos, invisibles, tienen que sentir la llaga de ese desfiladero, el filo de esa llaga. Ese temblor. En algún volcán te prenderás fuego. No arrojes esa piedra, porque en ella se asienta la ignición, ella sola es el origen. "Cóbraselo caro, hijo, el olvido en que nos tuvo." Toda esa furia, que es literatura: el bramido de Vallejo, el graznido de Huidobro, el aullido de Rulfo; el silbido de Darío y el delirio de Girondo. Y el zumbido de nuestro polvo, de nuestra huella que se hunde y borronea hasta el chirrido. El sonido de los imanes, del cielo, de su lago; el que tuvo una tierra, el que luchó por ella, el que la perdió. El que con sus párpados cerrados resiste al mundo y al cataclismo. Catástrofe: leer ese silencio que espera en la noche aciaga, en el latido de algún pueblo incandescente, hecho de hombres y mujeres, con muros y muros de años y amargura y tesón y fuego. Leer en el borde la frontera de un rostro, el enigma de unos pasos, algo que espera ser devuelto a su rabiosa irrealidad. La mirada que ya sabes precedida, esa de los verdaderos poemas, los que estallan nada más ser alcanzados por las letras. "Cóbraselo caro, hijo, el olvido en que nos tuvo".

Exígele lo nuestro.

Fuiste a Nicaragua porque te dijeron que ahí vivió la voz. Se llama de este modo y de este otro. No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. El olvido en que nos tuvo, hijo, cóbraselo caro.

-Y la península párase
en la línea mortal del equlibrio.

Llévame de algún modo. Para ver si entrampan distinto las mismas puertas, pa ver si engrosa la saliva de igual manera cuando se habla en esos llanos, pa saber como frunce el seño quien se duele de un calambre, quien dobla la espalda para buscar su agua o su pedazo de rincón. Nomás para verlo sin ver, cerrando los párpados o viendo la hoguera, y en la hoguera los sueños donde esperan los paisajes aún sin ser reconocidos. Ponme en la fogata, en la primera que hagas. esa primera brasa que brinque, a esa llámala por mi nombre.

manos corazón y sueños,
P.

1.02.2007

Escribir para cruzar el desfiladero de nuestra mirada

Escribir para cruzar el desfiladero de nuestra mirada…

Hace más o menos dos años, estas palabras se impactaron contra mí, dejándome en sus escombros intentando aprender de nuevo a pensar, a leer, a deletrear. Terminaba la carrera y encaucé mis lecturas hacia un cruce indecidible por el cual transitara la filosofía y la poesía, la escritura en un amplio/ cierto sentido. En una clase de poesía española se nos encomendó escribir la poética de un autor español en primera persona, asumiendo sus presupuestos gnoseológicos, incrustando su mirada en nuestra retina, atrayendo la vibración de su lenguaje hacia el espectro de nuestra escritura. Entonces leí a Chantal Maillard, a su posible Deleuze, a su propio Platón, su cercana Zambrano y los restos de herencia que ejercieran un magnetismo común. Vectorialmente, los diarios Filosofía en los días críticos aprehendían filosóficamente y en prosa lo que se escenifica poéticamente en Matar a Platón, según uno de los posibles ejes de aquellos libros. El pensamiento que se aboca hacia un accidente, produciendo un acontecimiento que irrumpe su sentido y lo transforma en lumbre. Algo que se queda pulsando los despojos y permanece abierto. La herida que aún se enciende según estemos atentos a su desgarro, según su colisión nos requiera o sepamos acercarla/ pertenecerla/ apropiárnosla. De una mirada, de la respiración, de una atención, nacía y tenía lugar el sentido: la realidad.

Por otro lado, encontraba que la relación de la mirada con la escritura funda la condición necesaria de ésta en el mundo. Xenitis quiere decir ‘forastero’. Para mí, que soy un extranjero en x, la escritura es un modo de persistir en una perspectiva transversal de la realidad, ejercer cada día mi derecho de paso a la diferencia. Mirar la cotidianeidad puede acostumbrarnos a una indiferencia, volatilizando lo propio, lo imprevisto, el acecho a cada instante del asombro. Sólo si esa mirada es fecundada por una inflexión, si se re-presenta ya sea escribiéndola, imaginándola, fotografiándola, etc., cobra de nuevo su sentido y su valor porque de nuevo esa mirada evalúa nuestra existencia y nos otorga a un deseo, a un sentir. Mirar y escribir, escribir y mirar, encarnizar la asfixia de una imagen, traducir el atardecer con las palabras que nacen de su ritmo y de su color y aproximarlas a donde obtienen su efímera inconsistencia/ fulgor/ azar. Transportar en la palabra una imagen recibida, atravesar el desfiladero sobre los puentes que tienden nuestras propias palabras.