2.21.2006

La filosofía ha ejercido en Platón una fuerza de atracción que lo expulsa de un padecimiento, que lo orilla a perderse el aquí, eso real que acontece. Su movimiento, lo sabemos como nos lo dice en el Fedón y tantos otros diálogos, lo eyecta hacia un afuera como de alma, hacia una Idealidad más alta pero que niega nuestro vivir mismo. Nos aleja hacia la muerte, donde recobraremos el sentido (en el Fedón dice Sócrates que la filosofía no es otra cosa que un camino hacia la muerte) y percibiremos la Verdad. Esta lógica no hace sino despreciar el presente, diferir el acontecimiento, arrinconar el sentido de nuestros accidentes en el sentido último (la muerte) y perdernos así de la con-vivencia en este tiempo y en esta existencia. Presente mismo, inmanencia, dolor, ¿acaso todo esto no se nos niega en nuestro mundo, disfrazando los instantes verdaderos de la vida con astucias de la abstracción, con las grandes palabras que no nos llevan sino a una indolencia, a una insensibilidad, a una vida en espera de la vida, en espera en fin de la vida en muerte? El dolor hoy es inexpresable, inentendible y hasta a veces, invisible, en un cierto sentido. Toda esta sociedad del “espectáculo” (espejo, representación, di-versión) que nos muestra los desgarros y las brutalidades, enajenándolas, esquematizándolas, nombrándola en estadísticas, mostrando números e imágenes que colisionan en la realidad junto a todo ese otro laberinto de noticias, de información deshechable, diluye el proceso mismo del dolor, que no es otra cosa que un exorcizar, individual o colectivamente, el peso del azar, lo irreparable, y el misterio de nuestros límites. Nuestra sociedad sigue edificándose en la indolencia porque es incapaz de sustraerse de sí misma, de su trayecto, para cruzarse con eso otro en crisis permanente, con eso que muerde en las esquinas, que llora o es aniquilado y que no tiene cabida en nuestro horizonte de compasión. Expulsar a los poetas es ensordecer el llanto, el grito, la crisis, lo invaluable, lo que violenta nuestro sistema de leyes y reglas y democracia, no porque sea ilegal, no porque no constituya una parte de nuestros valores, sino porque la trasgresión misma de las leyes que nos acomodan a una indolencia es en sí misma la vida. Pero hoy en día es difícil pensar que la poesía nos arroje hacia los otros, nos impacte contra la vida para que creamos en ella y arriesguemos nuestras pertenencias filosóficas y culturales para con-vivir y participar en los otros. Haría falta algo más grande tal vez, o más pequeño, algo que fuera lo mismo sin llamarse poesía ni literatura, algo que pudiera suceder y restituir el sentido de ese suceder… entregarnos a la vez el acto y la conciencia de ese acto, y el acto consciente que le responda para ejercer verdaderamente en la vida acontecimientos, para encarnar y encarar la sustancia misma del sentido, generarlo y diseminarlo produciéndolo desde nuestro pulso o nuestra herida, abriendo los ojos a los hechos para que ellos pulvericen nuestra visión y la transformen en totalmente otra, más allá de las palabras, que como cosas nos consuman las cosas. A veces soy bastante escéptica y pienso como Benjamín que asistimos gozosos al espectáculo de nuestra propia destrucción. Tengo miedo de Occidente, de su voracidad, de su astucia, de sus artimañas para ocultarnos por medio de la razón la realidad, o la creación de esa realidad. ¿Quién no es escéptico hoy en día? Sin embargo, incluso hoy, en este escepticismo, o desencanto, o ateísmo, o “pensamiento débil” o como quieran llamarlo, subsiste este platonismo de las ideas, trabaja entre nosotros y nuestro mundo esta exterioridad Ideal, industriosamente, y produce el “bien” y el “mal”, la “realidad” y la “ficción”, la o nuestra “identidad” y lo “diferente”, “extranjero”, lo “propio”, “lo común” y “lo del otro”. El gesto de Sócrates, tal vez digno, en un cierto sentido, tal vez noble, dejarse asesinar por la ley, encarar sin miedo la muerte porque “el más alto sentido de la filosofía es su preparación para la muerte” ha llegado hoy a su paroxismo, y este sentido del más allá y del encuentro de la verdad en la muerte, ha degenerado en un desprecio por los muertos, en una invisibilidad del dolor por los muertos.