2.21.2006

Enfrentarse de nuevo a esto que ahora muerde desde la incandescencia su yerto espacio. Demoledora ráfaga en el espanto que lo devuelve para purificarse. Algo debe iniciarse como un rito sin memoria. Eso que en la escritura es siempre nuevo y siempre vivo, a eso arriesgo el pulso sostenido entre las letras.

Desde no sé qué olvido reconozco el cuerpo que posa en esto su eructo enfermo. Quizás ya exhausto, descuartizado, reconoce que es reconocido, y que lo solicita. Hay que rasgar sin tregua todo lo que otra vez funcionaba sin estar consciente, permitir al instinto desconocerse, cuestionar el hábito, razonar (abrir, sesgar, cortar) la rutina. Trabajo sobre lo trabajado, trabado, rajado. Tropismo de nuestra mímica. Asediar la personalidad desde la persona. Vomitar a la persona. Ahogar los vertederos y los restos fosilizados de su aprendizaje. Asedio a la memoria biológica, a su funcionalidad. Deslizar el fermento sulfúrico recogido en el espasmo de los sueños, de las masturbaciones, sobre el surco de los sesos. Acatar con sufrimiento la inoperancia del pensamiento, y permanecer inoperantes. Obligar al lenguaje a reconocer su absurdo, su culpa, su crueldad, su pus.

Algo se mantiene intacto en la deconstrucción del tedio. Sobre la falta (la carencia) no se erige otra cosa que una falta más exacta. El nudo que de tanto en tanto fuimos apretando hasta la asfixia no podría no desatarse. Es por eso que se aprietan en todas las vacilaciones los vocablos inertes, los esfuerzos gramaticales, las violencias (s)in-tácticas.